lunes, septiembre 01, 2008

Ayer volví a mi casa

Ayer volví a mi casa.

Yo ya sabía que no quedaría mucho de la casa donde crecí. Me equivocaba, no quedaba nada. Ese patio blanco de cal que mi abuela pintaba todos los años, impoluto, largísimo desde la entrada que acababa en la puerta de mi casa, pasando primero por una puerta que daba al garaje, otra puerta que era la casa de mi abuela, otra puerta que era el lavabo común.

Al final la puerta de mi casa. Según me explicó mi padre, esa puerta del final, era la cuadra donde se guardaban los caballos no hace tanto, resulta extraño imaginarlo. Desde el patio de la entrada podías subir a la terraza con unas escaleras empinadísimas que te llevaban a la primera terraza, y aun podías subir unos cuantos escalones mas que aun te llevaban a la terraza más alta de toda la casa, donde mi madre solía colgar su ropa.
Todo lo largo del patio estaba lleno de plantas, unas plantas preciosas que cuidaba mi abuela, y según ella tenían más años que yo.
La casa de mi abuela, con la tele a tope siempre y ese olor tan especial a casa de abuela.

Ayer volví y no quedaba nada, lo han tirado todo y solo queda un terreno lleno de malas hierbas creciditas, como una herida en la calle, y en donde se adivina todo en la pared, donde estaba el garaje, donde emperezaba y acababa casa de mi abuela y al final, las escaleras que subían a mi habitación. El papel pintado de floreritas seguía en su sitio exacto, y aunque parezca extraño aun conservaba esa olor a humedad que tantos problemas causo a mi hermana en su infancia.

Demasiado triste para poder soportarlo más de cinco minutos. Demasiados recuerdos, demasiados sonidos y demasiados olores. Me fui con un vacío en el estomago y me despedí para siempre jamás. Espero que nunca tengáis que vivir esa experiencia.